El vitiligo es una enfermedad cutánea que, pese a su carácter indoloro, no contagioso e inofensivo para la salud del afectado, puede ser muy estigmatizante. Se manifiesta en forma de manchas o parches blancos que proliferan en el rostro, el cuello y otras áreas del cuerpo. Desafortunadamente, carece de cura, como reconocería cualquier especialista dermatologia medica.
Acuñada por el autor romano Aulo Cornelio Celso, el vitiligo se produce cuando las células del sistema inmunitario atacan a los melanocitos, un grupo de células responsable de generar la melanina de la piel. Como resultado de este ‘fuego amigo’, parte del tejido corporal sano se destruye sin razón, dando lugar a la apariencia normal de una persona con vitiligo.
En concreto, este trastorno inmunitario obedece a distintas causas, desconociéndose con exactitud cuál es su detonante. Un responsable probable es la anemia perniciosa, afección caracterizada por la drástica reducción del nivel de glóbulos rojos.
La diabetes tipo 1 también figura entre los factores causantes de vitiligo. Los afectados por esta dolencia muestran un elevado volumen de glucosa o azúcar en sangre. Por su parte, la enfermedad de Addison se ha relacionado con el vitiligo. Se trata de un trastorno en la actividad de las glándulas suprarrenales. Asimismo, el hipertiroidismo, enfermedad consistente en un exceso de producción de la hormona T4, es una causa subyacente en una parte de las víctimas de vitiligo.
Además de estos factores de riesgo, el vitiligo es una amenaza para personas cuyos familiares sufren esta afección. A la predisposición genética se suma el contacto con los fenoles, un compuesto químico utilizado en detergentes y otros productos de uso común.
Debido al estigma que supone para la imagen personal, los afectados de vitiligo recurren a tratamientos que les ayuden a recuperar el color natural de su piel en las zonas dañadas.